miércoles, 12 de noviembre de 2008

SOBRE "OS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN EN MUROS" (2)

Caracas, 11-11-2008


De: Manuel da Roura
Para: RIODERRADEIRO.

Querido sobrino: Por medio de un motorizado recibí del secretariado de “La Hojilla” tu e-mail, en el que un señor llamado Vicente Rodriguez cuenta sus aventuras y desventuras durante y después de la Guerra Civil española, intentando, de alguna manera, hacer contacto con quien sea que pueda orientarlo en la consecución de un informe que respalde su condición de luchador comunista y antifranquista

Yo no puedo ser ese alguien pero, algunas cosas que plantea el tal e-mail me hicieron recordar hechos que, aunque no ayuden al hombre, por lo menos me dan pié para decir lo poco que sé sobre una pequeña parte del caso: El “campo de concentración abierto” de que habla el señor Vicente Rodriguez, ha debido estar al otro lado de la playa de la Virxen, yendo hacia Noya, por allá por Valdexiría. O sea que bien pudo ser la fábrica de conservas de los Romaní. Esta edificación, que no sé si aun está en servicio, tenía en el centro un amplio claro, a modo de claustro, donde las obreras hacían su trabajo al aire libre. Solo unos techos laterales cubrían los lagares de piedra. Este almacén, o cualquier otro cercano que desconozco, puede ser lo que el señor Rodriguez llama “campo de concentración abierto”. En Muros y sus alrededores no veo terreno alguno que haya sido propicio para el encierro de soldados enemigos y ni siquiera el clima se prestaba para el caso.

El “campo de concentración cerrado” es otra cosa. Ese si sé lo que fue, para que fue y, además su exacta ubicación. Efectivamente, allí estuvieron presos cientos (o miles) de excombatientes rojos durante la guerra, y no sé por cuanto tiempo. Todos ellos procedentes del frente de batalla cantábrico (o lo que quedaba de él). Lo que Rodriguez llama “campo de concentración cerrado” era, ni más ni menos, el almacén de Vieta, sito un poco antes de llegar al faro de Rebordiño, saliendo de Muros.

Tengo una anécdota personal en cuanto al almacén de Vieta y a sus presos: Un día mi madre, llegando del trabajo, allá en Muros, me dijo:-“Manoel, dixéronme que os presos de almacén de Vieta, cansados de comer solamente sardiñas en escabeche, venden por tres pesetas o latón que lles dán. ¿Por qué tí non vas mañán e tratas de comprar un?”- Y allá fui yo. El portón que daba (y sigue dando) a la carretera estaba abierto y un centinela, portando su fusil, montaba guardia en el dintel. Lo saludé y humildemente (o temerosamente, vaya usted a saber) le pregunté si podían venderme un latón de sardinas. - “¿Traes tres pesetas?”- Si- “Dámelas”. Se las entregué, llamó al cabo de guardia, le dio el dinero y dijo: “Unas sardinas para este muchacho” y…Me vine para casa mas contento que unas pascuas. Durante unos días tuvimos un sabroso menú.

O sea que los presos, por medio de sus guardianes, vendían sus sardinas de las que seguramente estaban hasta la coronilla, por unas pesetas que les permitían comprar comida diferente u otras cosas que necesitaban.

Meses después salí hacia Avilés para embarcar en mi primer barco y, porque no decirlo, para ejercer mi primer trabajo remunerado. Un año después regresé y, en aquel almacén, no quedaba nadie. Ni soldados ni presos. Esto es todo lo que sé de los prisioneros a los que el señor Rodriguez alude.
Repito: Del “campo de concentración abierto” no sé nada, pero no descarto que lo hubiera.

Mi estadía en Asturias se limitó al puerto de San Juan de Nieva, en Avilés. No conozco Gijón ni la Felguera. Por ese tiempo, la Guerra Civil se estaba dando en el centro de España y en todo el litoral mediterráneo hasta Málaga y, por donde yo andaba o navegaba, era zona de Franco.

No tengo conocimiento de que en territorio del distrito de Muros se hayan producido asesinatos de prisioneros de guerra. Si mataron algunos, fue en otros lugares a donde quizás habían sido trasladados. Pienso que, en nuestra zona, con excepción de Don Luís Barrena, Don Alvaro y el viejo masón de Esteiro (como lo nombra Carlos Fernandez en un libro editado por Ediciós do Castro) no hubo mas muertos políticos.

Todos los barcos franquistas que Rodriguez nombra los recuerdo, y aún serví en alguno de ellos. Porque yo estuve en la Marina de Guerra desde Septiembre de 1942 a Octubre de 1946. Cuando la Guerra Civil era ya cosa digerida, tanto por moros como por cristianos. Me sorprende que el crucero Almirante Cervera haya funcionado como lugar de instrucción marinera, por cuanto el Cuartel de Instrucción de El Ferrol cumplía con ese cometido desde siglos atrás. Puede ser que el señor Rodriguez y algunos otros provenientes del campo enemigo hayan sido una excepción. Es posible que, en ese sentido, se hayan dado circunstancias especiales que desconozco.

En cuanto a las desavenencias dentro de la dirigencia comunista, su frecuencia ha sido el pan nuestro de cada día. En todo momento se pelearon todos contra todos. Pelea que alcanzó su punto álgido después que terminó la Guerra Civil. Se llamaron de todo menos bonitos y hasta las antipatías personales las disfrazaron con dogmas y cismas que jamás fueron descifradas honestamente. En estas acusaciones destacó, sin lugar a dudas, el nunca bien ponderado Don Santiago Carrillo, expertísimo secretario general, de por vida, del Partido Comunista en el exilio; hoy ya felizmente arropada su ancianidad en el acogedor regazo del Partido Socialista de Gonzalez y de Zapatero; sigue disfrutando del calor y la admiración de todo español bueno y decente, casi en olor de santidad: “¿Cómo le va, Don Santiago?”, decía Don Juan Carlos de Borbón y Borbón cuando se lo presentaron. Bueno, supongo que este último no es más digerible que el viejo sinverguenza.

Regresando al caso del señor Rodriguez, pienso que si busca un informe sobre su pasado de perseguido político, para reclamar luego el derecho a presentarse como antifranquista activo, temo que en Muros no va a conseguirlo. Echa tú, Manuel María, un vistazo a esa tierra, que conoces mejor que yo, y dudo que, en tal sentido, pienses que Vicente Rodriguez ha de conseguir un papel o un solo apunte que confirme su estadía en los dos campos de concentración muradanos que nombra.

De todos modos, si contactas con él, dale un abrazo de mi parte. Yo también soñé.
Sin embargo he vivido mucho y, por lo tanto, he visto muchas cosas y puedo decir como el poeta: “Los sueños, sueños son”. Quedan ahora las realidades que, con demasiada frecuencia apestan.

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Para Manuel da Roura, un moito máis que cordial saudo, e o rogo de que llo transmitas ao teu tío, así como a miña ledicia por poder le-lo, máis uma vez, coa súa lucidez de sempre. Na súa opinión, deixa ver o improbable da existencia do tal campo de concentración 'aberto' en Muros. A mín, como xa che dixen, pareceme que, por moito que o silencio imposto houbera ocultado certas realidades, neste caso, deberíase ter ouvido falar de tal feito moito antes.
Un apuntiño sobre o seu relato: ¿De verdade coida que os prisioneiros residentes en Bieta estaban fartos de sardiñas ou de calqueira outra cousa, tanto como para se aburriren dunha comida, que para os 'externos' (en liberdade vixíada), podía chegar a constituir un "sabroso menú"? ¿Non sería máis ben que venderían as cantidades nas que podían minguar a ración dos prisoneiros sen comprometer a súa subsistencia?
Saudos arneirosos.

Anónimo dijo...

Ola, RIODERRADEIRO:
Unha vez máis, moitas grazas polo e-mail. Efectivamente, como di teu tio, o campo de concentración aberto estaba
nunha das fábricas que tiñan os Romaní na entrada de Muros.
Unha aperta, Xerardo Agrafoxo